Hablar de
la casa de mi niñez, ha sido una zambullida en recuerdos muy agradables, cómicos
y hasta sorprendentes. Es increíble cuánta información tengo archivada.
La casa está
localizada en la calle de Montenegro en la Colonia Americana, Sector Juárez, así
la conocíamos, era de una sola planta y
me parecía muy grande. Tenía una cochera en fila para 2 coches y un
jardín al frente y patio trasero, comparada con las minicasas de hoy, sí era
tamaño mediano, en el interior había una amplia sala y comedor, 3 habitaciones
y una pequeña cocina que siempre nos alimentó,
además, como se usaba en esos tiempos contaba con una pequeña habitación en el patio,
para las muchachas del aseo. Así como un garaje que nunca se uso como tal, “la cochera” que sirvió como cuarto de
lavado, taller, guarda tiliches y zona autorizada de juegos.
Lo mas
bonito de la casa eran sus plantas y árboles, siempre cuidados por mi mamá que
ama las plantas. Al entrar a mano izquierda veías un jardín lleno de flores:
rosales, azucenas y una azalea roja que
daba a una de las paredes del comedor, los árboles eran un limón, de esos que dan limones
grandes, amarillos y jugosos y un
mandarino, que hasta el día de hoy existe en la nueva casa de mis papas, cuando
se cambiaron ya hace mas de 30 años, la condición de mi mamá fue si podía
llevárselo, así que se pagó un servicio especial para migrar el árbol, que a
propósito nunca ha dejado de dar mandarinas, aún hoy sigue dando. El limón se
secó antes de movernos.
Había mucho
pasto, testigo fiel de partidos de futbol y las carreras de los niños.
Era un
lugar para las frecuentes comidas de domingo con los invitados y carne asada
incluídos, así como fiestas infantiles y en esos años también fiestas de XV
años de mis hermanas y míos. Ahora cuando paso y miro mi casa, veo la dimensión
y realmente no es tan grande, pero a mí me parecía suficiente, nunca me hizo
falta espacio ni libertad, hasta ahora sigo cuidando esos valores en mi
interior.
A razón de
este escrito, la semana pasada pase por
mi barrio y casa de antaño, me detuve y fue como ver un esqueleto, totalmente
desolado, sin embargo una sensación de
bienestar apareció en mi pecho, era como una sensación agridulce, algo
así como alegría y tristeza juntas. La casa tiene más de dos meses desocupada;
la ultima habitante “Rosita” fue llevada por sus sobrinas a otro lugar, después
de que su hermano otro anciano, falleciera hace dos meses.
En mi mente
veo a “Rosita” y al Doctor
como algo especiales y gruñones, Rosita nos regañaba porque hacíamos ruido y gritábamos
mucho cuando jugábamos en la calle. Ahora
a veces en mi casa actual yo me convierto en “Rosita” cuando salgo a
poner orden, porque el ruido de los chiquillos no me deja leer o ver tele. La veíamos viejita, caigo en cuenta que probablemente tendría mi edad en
esa época, cuarenta y tantos.
Son tantas
anécdotas. Una de ellas era, cómo podíamos brincarnos por la ventana de la
cocina, nuestras pequeñas cabezas cabían entre los barrotes de la ventana, esto
era cuando se nos olvidaba la llave y no había nadie para abrirnos. Conforme
fuimos creciendo las cabezas también, así hasta que solo el más pequeño podía aún
pasar, después ya no se pudo. Mi mama cuenta que hasta ella lo intentó algunas
veces, pero como en el último intento, casi se queda atorada, ya no volvió a
suceder.
Estuve
platicando con mis hermanos sobre cuales eran sus remembranzas, una de mis
hermanas recordaba patinar en calcetines
en el pasillo donde estaban las recamaras, el piso era de mosaico, un poco rosado,
no existían los pisos brillosos de hoy como Interceramic o Vitropisos, estos
había que trapearlos muchas veces para sacarles brillo, en compensación,
también se usaba tener muchacha para el aseo de tiempo completo, que inclusive
vivían en la casa y eran parte de la familla. En un extremo de ese pasillo, había
una repisa y una mesita “art deco” de los 70s, donde estaba un pesado teléfono
negro, de los primeros que dio la compañía telefónica y eran holandeses,
imposible durar mucho hablando con el peso de la bocina. En el extremo opuesto
estaba una puerta de cristal “chinito” que se usaba para que no se viera de
afuera hacia adentro, esta puerta llevaba al patio trasero, al cuarto de
servicio, a la cochera y a la escalera
para subir a la azotea, lugar prohibido, pero preferido de juegos, -No
se asomen- era la advertencia, creo que siempre nos asomábamos.
Me acuerdo que el vidrio de arriba estaba roto y nunca se
cambió, mi mamá decía que por seguridad por sí se escapaba el gas por ahí se
fuera, me asombra su ingenuidad, como si una explosión de gas se fuera a esperar a salir por el vidrio
roto.
En las
noches, cuando es muy frecuente que los
niños no quieren dormirse y se siguen riendo y jugando en la cama (pareciera
que el duende de las cosquillas estuviera haciendo de las suyas), evoco cuando
nos decía: -No se quieren dormir, pues no se duerman-, pero nos sacaba al patio.
Al principio nos reíamos, pero luego, poco a poco las sombras de la noche te
empezaban a generar miedos y empezaba uno a ver sombras, oír ruidos raros y
todo lo que te puedes imaginar a esa edad. Entonces ya pedíamos clemencia, nos
dejaban entrar y nos dormíamos de inmediato. La verdad no creo que duráramos
mas de quince minutos en el patio.
Hoy me
pregunto si este método funcionaría con los chavos de hoy, la verdad lo dudo.
Jugar a
escondidas era una gran diversión, nos escondíamos en los cuartos y closets que
eran de esos antiguos, como cuartitos pequeños, con poca luz, muchas repisas, tétricos
y húmedos, no como los vestidores modernos de hoy en día, llenos de luz, así
que los closets, debajo de las camas, debajo de las colchas, en los filos de
las ventanas y parados hasta en las agarraderas de la puertas, eran sitios preferidos
para escondernos. Razón de más que ninguna agarradera sobrevivió, era un
misterio cómo se rompían.
Los juegos,
los gritos, los desayunos, comidas y cenas en familia eran algo común.
Como mi
papa era abogado y trabajaba por su cuenta podíamos comer con él todos los días,
era el momento familiar por excelencia. Hoy sería difícil imaginar, que las familias se reúnan
a comer diariamente de 2:00 a 3:00 de la tarde, también mi papá podía tomar una siesta antes
de regresar a la oficina.
Ese tiempo
de siesta era “sagrado” que respetábamos viendo la tele. Claro que era en blanco
y negro de bulbos. La primera tele a color fue un gran acontecimiento familiar.
Cuando les platico a mis sobrinos, como
era la tele de mi niñez, no pueden creer
que sólo había cuatro canales: el 2, el 4 con el Tío Carmelo, el 6 local, y el
9 local donde se transmitía el canal 5 del D.F. ni sus luces todavía, de TV
Azteca y mucho menos cable o antenas parabólicas. Ellos no pueden entender como
era eso, de que no había control remoto y que había que pararse para cambiar de
canal la tele -¿En serio, Tía?, nos estas vacilando.- Así como la TV muchas
cosas son ahora muy diferentes.
Los juegos
en la calle eran el STOP, donde dibujabas un círculo con gis y lo partías como
un pay, cada quien escogía un país y
ponías su nombre, luego alguien gritaba: -Declaro la guerra en contra de- y más
valía que no fuera el tuyo, tenias que correr para no ser alcanzado, claro
ejemplo que crecimos en época de la Guerra fría. Algo parecido a los conflictos actuales en la
ONU, ya nos iban entrenando. También se saltaba la cuerda, había patines de fierro de cuatro ruedas,
jugábamos matatena, y resorte. Mi hermano dice que ellos jugaban cebollitas, chinchilegua,
el bote, canicas y demás juegos rudos. Además que lo que más le gustaba era
explorar los baldíos, para ver que encontraban. En los 70s todavía había
baldíos en la colonia americana, sobretodo en la zona que circundaba la Av.
Tepic (Francisco Javier Gamboa), donde hoy esta el Bolerama Tapatío, todo eso
eran baldíos. Les gustaba juntar de esas flores que se pegan y pican, para
luego usarlas en las resorteras.
Los vecinos
nos conocíamos y lo más normal era que los niños jugáramos en la calle, sin ningún
temor o riesgo.
Las
mascotas también eran muy importantes, nuestra primer perrita era Diana, una
maltesa que llego cachorra y duro 15 años, casi era hermana. Después llego
Bruno que era un callejero, color dorado que recogimos de una bolsa de plástico
en la basura, tenía una semana o dos máximo, Bruno estaba medio loquillo, ya
que probablemente le faltó oxigeno, se sentía pájaro ya que se subía a la barda
como perico a ladrar y comía mandarinas. También recuerdo al Solovino un perro callejero,
feo, con ganas, que era de todos y de nadie, nos acompañaba en los juegos callejeros.
En época de
vacaciones se nos permitía jugar todo el día y mis hermanas y yo nos repartíamos las
muñecas, trastes, ropita, sillitas y cada una hacia su casita, cuando
terminábamos estábamos tan cansadas, que solo quedaba recoger, dice mi hermana
que yo nunca quería recoger y siempre lloraba, como era la mas pequeña, pues me
ayudaban. Hasta la fecha creo que prefiero pagar para que me ayuden.
Anécdota
obligada es que mi papá siendo tan gourmet y trabajando en la Reforma Agraria, recibía
toda suerte de regalos vivos y raros, y así fue como vimos como la casa se volvía un rastro clandestino,
hubo puercos, chivos, guajolotes, gallinas, conejos. Aún no comprendo como mi mamá
se prestaba a cooperar en la matanza de los animales, la cocinada y como nos
los podíamos comer después de semejante espectáculo.
Definitivamente
eran entronas la mujeres de esa época, yo hubiera regresado al marido con todo
y su chivo o puerco por la misma puerta.
Las comidas
de los domingos eran para satisfacer un
montón de comensales y familiares que entre los “jaiboles” y la carne asada
para más de treinta, dejaban a mis padres exhaustos, espero que por lo menos se hayan divertido y echado algunos alipuces.
Mi familia
siempre giró alrededor de la mesa, creo que aún hoy, cuando se puede, nos
reunimos a comer los domingos, cumpleaños y por supuesto Navidad. En la moderna
vida de hoy que todos trabajamos lejos de casa y que el tiempo es limitado y
tráfico abundante, solo nos da opción a comer en la oficina, llevar algo o quizás
visitar alguna fonda o puesto cercano al trabajo. Las comidas familiares
solo se pueden hacer en fines de semana y ocasiones especiales.
Hay muchas
anécdotas de la casa de Montenegro, quizás lo más importante fue el concepto de
casa-familia, que representaba también el sentido de pertenencia y de ser.