I was told stories, we were all told stories as kids
in Nigeria.
We had to tell
stories that would keep one another interested,
and you weren't allowed to tell stories that everybody
else knew.
You had to
dream up new ones. -Ben Okri
Noches de ébano
¿Eres guapo? El respondió -sí, muy guapo. -
La pregunta sonaba rara, pero era verdad, era el primer hombre negro que
veía tan de cerca, me pregunté ¿Cómo es ser guapo en la raza negra?
Era el inicio de una amistad-pasión que duraría muchos años. Lo conocí
un día cualquiera en la oficina, por azares del destino, o los vientos del
norte lo trajeron, y me ví sentada ante él tratando de hacer conversación y que
funcionara la actividad que me habían asignado.
Nació quizás al final de los 40s nunca dijo bien a bien cuantos años tenía,
no era necesario, su juventud era eterna.
-¿Tienes pacto con Dorian Grey?- Rió a carcajadas y dijo –sí-
Su juventud emanaba por los poros.
Nacido de una isla caribeña, su piel de ébano era orgullosamente
hermosa, con un brillo inexplicable y su cuerpo atlético dejaba ver rastros de la
genética desarrollada por correr en la sabana africana, y los tantos siglos de
barcos cargados de inmigrantes, ó por qué no decirlo, de esclavitud, que
llegaron a América.
Afortunadamente para él y sus demás hermanos, quienes emigraron muy
jóvenes a América del Norte a cumplir el sueño americano, este sí se cumplió. Todos
lograron el éxito: los suburbios de clase alta afroamericana lo demostraban.
Pero él era más que una raza, era
un ser evolucionado, que había recorrido
los caminos de la vida, había sentido desde la pobreza, hasta los lujos que
disfrutaba en su Manhattan querido. Su
alma conservó la alegría y franqueza de la isla caribeña, su perfil y educación
revelaban toda la sofisticación de la cultura capitalista norteamericana. Tenía
estilo. Se sabía importante y lo era.
En alguna ocasión vislumbré sus ojos de lucha y de empeño, ¡Cuantas
ignominias, cuantos desaires, cuantas injusticias había vivido ya! Hoy solo
quedaba la serenidad del hombre realizado y conforme con su vida y destino. Pero
esa mirada amorosa que daba a un pordiosero o emigrante o algún “brodie” me revelaba
todo lo que había vivido.
Cuando yo lo conocí, estaba en el
momento cumbre de su carrera, era exitoso, poderoso y su empresa le daba todo
el prestigio y status que realmente disfrutaba.
Sin embargo me sorprendía su calidez humana, quizás el verdadero
contacto surgió cuando empezamos a escribirnos. Esas cartas que llegaban por
correo periódicamente, fueron iluminando mi camino.
No eran los años que me llevaba, que claro que mostraban toda la
experiencia y las ganas de compartir un camino andado, era la comunicación de
dos almas que podían hablar, que podían desnudarse y compartir las emociones
mas íntimas, nos permitíamos ser sensibles, sin temor de ser lastimados,
juzgados o ignorados. Era esa capacidad de hablar, la que más apreciaba, ¡Era
mi alma gemela! Creo que aún nuestras almas siguen hablándose.
Esas cartas las guardé mucho tiempo y las releía con el ansia del
forastero perdido en el desierto, necesitaba esas aguas que solo podían calmar
mi sed de amor de alma, de compartir esencia.
Las cartas se perdieron, pero las letras se quedaron grabadas en mí.
Aunque ya no las recuerdo la esencia permaneció y mi alma gemela me acompaña siempre.
Ahora que lo pienso, veo el recuerdo que no fue etéreo, fue tan real,
tan humano, tan mundano, que quizás fue lo que más me gustó, fue mi maestro y
guía tanto en lo material y profesional así como en las artes del erotismo pleno.
El erotismo de un afro-americano-caribeño, con una latina feminista y
explosiva. Una combinación interesante, fuego más fuego. A veces ardíamos y no
quedaba más que carbón y caras tiznadas, otras cuando el balance entre los fuegos se daba,
era como diría Octavio Paz la llama
doble.
Yo era muy joven, demasiado preocupada en el futuro, muy entendible en
ese momento, lo cual me impedía gozar sin ataduras del momento presente, y
alejar todas las telarañas cerebrales e inquietudes innecesarias sobre la razón
de ser y el temible futuro.
Hoy en las noches frías, una sonrisa ilumina mi cara y el cuerpo se
enciende con esa luz de fuego, como si fuera un foquito que anuncia una
emergencia. Hoy muchos años después, pienso - Hubiera gozado más, vivido más,
explorado más, mucho más. ¡Cómo extraño esas noches de ébano!-
Cuando se hace recuento de las artes amatorias pueden surgir dos clases en la mente, los que te dejaron
huella “por ser excelentes amantes” y los que prefieres olvidar de tan malos.
Los mediocres solo cumplen su función. Y conste que malo, no necesariamente es
sinónimo de ignorancia, los hay novatos pero con todas las ganas de entregarse
y sentir, a estos vale la pena dar una oportunidad.
Hoy cuando escucho África me estremezco, tuve buen maestro.
Algunas veces platicábamos de sus ancestros de África y una lágrima se
derramaba por sus ojos y decía: La esclavitud aún no termina. ¡Cuanta razón tenía!
Pasaron muchos años antes de que la amistad se sobrepusiera a los
estirones de la pasión, de los horarios, de las distancias, de las horas
interminables de vuelos.
Tengo una sola foto que merece estar en mi espacio es la de él, la del
amigo, la del mentor, la del tutor, la de hasta a veces salvador.
Siempre se puede aprender, este maestro enseñaba sobre todo a amar, a
darse plenamente, a disfrutar sin límites, a veces para mi rigidez ejecutiva,
se me hacia sobrepasado, hoy extraño esos arranques de emoción y de locura en medio de una sesión de negocios,
esa desfachatez para decirle a la secretaria en turno, que era la mexicana mas
bella que había conocido, seguramente pasaba lo mismo en China, Brasil o
cualquier otro país, los piropos se le
daban en la punta de la lengua, era carismático, y hacia magia, inclusive los
varones se sentían a gusto con él.
Aprendí a ver de reojo y a reírme de su descaro, nunca me ofendió, era
demasiado fino e inteligente para hacer algo más allá que pudiera herirme. Además
los amores en secreto son muy intensos, por su misma prohibición, por no poder
anunciarse.
Yo sabia que al final del día, fuera de los reflectores éramos plenos,
la entrega se daba sin testigos, sin formas, sin mascaras, a mi me costaba
quitarme la máscara de prejuicios que había acumulado a mis escasos treintas.
El ni siquiera sabía que había una máscara.
Su caballerosidad, tacto, cuidados
siempre me hicieron sentir bien, nunca trasgresora ni trasgredida.
Cuando los cables se me enredaban, él solo sonreía con ese hueco entre
sus blancos dientes, me miraba hondo y me indicaba que me sentara en sus piernas
para abrazarme.
Santo remedio, las mascaras se caían, los prejuicios se fueron cayendo
uno a uno, hasta que alguna vez dude de haberlos tenido.
El cariño permaneció, cuando sus
canas dibujaban casi de color plateado sus rizos, otrora negros, hablamos y aún
escucho su risa fuerte y cantarina
preguntando al otro lado de la bocina: Do you still love me? A lo que sin dudar respondí: Of course I love
you!
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