Las manecillas (1ra. Parte)
El otro día fui con el relojero de toda la vida como era un día que no llevaba prisa, me senté cómodamente y me concedí platicar un poco con el Sr. Relojero, que así le llamaré.
Es un señor joven, quizás entre 30 o 35 años, que vive en un mundo curioso: lleno de relojes de todo tipo, engranes, tornillos y mil cosas más. La pregunta mágica que abrió puertas inesperadas fue: ¿ Hace cuántos años eres relojero? El oficio se lo enseñó su tío hace más de 20 años, al principio iba sólo por curiosidad, porque le encantaba desarmar y armar cosas. Gracias a un buen hombre que no fue egoísta para compartir y al que le gustaba enseñar, él fue aprendiendo el oficio.
Un oficio que merece la atención: ser relojero. Obviamente no podía faltar la pregunta ¿Y te va bien?
Lo cual podría querer decir ¿Ganas buen dinero? El contestó: -Gano bien, lo suficiente-.
Pero lo que más le gustaba del oficio era poderse abstraer en un reloj y paradójicamente olvidarse del tiempo “arreglando el tiempo”. Me dijo que le fascinaba penetrar tanto en el mecanismo de un reloj; en cómo las manecillas, los resortes, los tornillos funcionan a la perfección y cómo esa tarea minúscula no le permite distraerse.
Como es una tarea en miniatura, no puede ni siquiera voltear a ver quién llega o quién se va, porque algún tornillo se escondería o algún resorte desaparecería. También me platicó que sólo a una de sus hijas cree que le gustaría el oficio, ya que tiene una habilidad única para armar y desarmar cosas, es más, el otro día la retó a armar uno de sus relojes y a volverlo a poner junto de nuevo. Claro que pudo, y su satisfacción era inmensa cuando me dijo: -Yo creo que ella sí podría ser una buena relojera- Por cierto me encantó la idea de ver una mujer relojera (2da. Parte).
Después de este encuentro me quedé pensando ¿Qué pasaría si el tiempo pudiera arreglarse y no sólo los relojes que lo miden?
Arreglar el tiempo…ojalá el tiempo pudiera arreglarse con el empeño que el Sr. Relojero lo hace, con atención y mucho cuidado para no perder piezas o resortes.
Puede pasarse gran parte de la vida desarreglando el tiempo, es decir programando los relojes de arena de manera incansable, donde no hay agenda que por más planificada que esté, pueda contener más de 24 horas y por más organizadores que haya puedan ayudar a recuperar el tiempo.
El tiempo se desarregla cuando se brincan las horas, los meses y los años queriendo alcanzar metas inalcanzables, o tan forzosamente alcanzables que no es posible distraerse de lo esperado, de los objetivos trazados, de lo que se espera de nosotros: una carrera profesional, un matrimonio, o sacar a los hijos adelante.
Pero es cuando se percibe que el tiempo se termina, que el reloj de arena ya no tendrá una vuelta más, cuando se quiere “arreglar el tiempo” y por más que se vaya con un relojero, no podrá componerse.
Todos esos momentos que se fueron, cuando no se permitió sentarse a ver una puesta de sol, o una caminata bajo la lluvia sin preocupación de mojarse, o no se escucharon los cuentos de los hijos por estar viendo el partido tan importante en ese momento, o se ignoraron las señales de agotamiento en el rostro de la persona amada.
Y mas aún aquellos minutos que no nos concedimos personalmente, esos instantes que no se utilizaron para cantar, reír a carcajadas o para simplemente mirar a los que pasaban.
Entonces llega el aviso de que la vida se fue y no se percibió ni cómo ni cuando.
Algunos quieren detener el reloj de arena o parar el segundero, y se hacen cirugías plásticas para esconder las huellas de la edad y otros compran automóviles deportivos de lujo para correr a altas velocidades con copilotos jóvenes al lado. La vida les dará un poco de tiempo de autoengaño antes de que se den cuenta de que las manecillas continuaron avanzando y que no pudieron arreglar el tiempo.
Entonces será un consuelo visitar al relojero y dejarlo que arregle el tiempo de nuestros relojes, que ése sí se puede arreglar y descubrimos ese placer oculto que nos dan unas manecillas funcionado, diciéndonos que el tiempo pudo componerse.
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